jueves, 31 de mayo de 2012

Al final de los tiempos



¿Qué hace una vida más interesante que otra? Cada quien podrá decir que la vida se vive por uno mismo y esto la hace más interesante aunque para ello intervienen muchas variables distintas a las que comúnmente se piensan. Una de estas variables es  Como contarla.

Mi padre, por ejemplo, contaba sus experiencias de una forma tan interesante que recuerdo que de niño me imaginaba a ese señor moreno entrar por motivos de trabajo a lugares tan recónditos de Izabal y conocer personajes interesantes.   El día que un marinero ruso le entregó una cámara fotográfica en pago de alguna autenticación de su pasaporte, o las gallinas que recibió como compensación por los trámites de algún campesino del lugar, me hacían reírme y a la vez aprender que al trabajar por vocación el pago no se reduce a algo tan efímero como el dinero.

Por otro lado, mi tío era diferente para contar algún relato. Ojalá hubieran sido sus propias experiencias pero lastimosamente eran situaciones ajenas a su vida.  Sus comentarios tan llenos de sarcasmo y -en algunos casos- con desprecio por los pequeños detalles, hacían que sus enseñanzas no calaran tan hondo como las de mi padre. Por ello estoy seguro que ni las recuerdo.

Hoy tengo la misma edad de ambos y pienso que he vivido cosas tan excitantes como las vividas por ellos.   Esos si, cada uno ha pasado por situaciones, sino similares, comparables y aún más edificantes.  El primer trabajo, el primer despido, el cambio de casa, el miedo ante el futuro, la incertidumbre del presente, la perdida de amigos y las tardes de lluvia. Cada quien recuerda lo que desea en los momentos exactos.

Solamente hay una diferencia: las imágenes que yo tenía en mi cabeza las fui creando gracias a cómo conversaba con mis padres. En estos tiempos compartimos fotografías de forma digital sin motivar al cerebro a imaginar lo descrito, mucho menos crear estas imágenes según nuestras concepciones.

Esto motiva a regresar un poco al pasado, a lo sencillo, a lo original.  En una noche cualquiera encendemos una vela, apagar los celulares, desconectar la televisión, reunirnos con la familia en torno a una mesa, relajarnos y viajar a una senda mágica al iniciar:  Les contaré una historia… 

Tarea final del curso de Lenguaje.

domingo, 20 de mayo de 2012

50 AÑOS DESPUÉS

Marcel tuvo una mezcla de sentimientos al leer la primera plana de El Heraldo, de México.  Horror, incredulidad y tristeza fueron los ingredientes que empañaron esa mañana de 1938. La Segunda Guerra Mundial había estallado desde hacía algún tiempo pero la invasión de Francia por parte de los alemanes motivó al joven de 16 a preguntarse ¿qué debo hacer por la patria de mis padres?

Con sólo 16 años deseó enlistarse al Ejército de Liberación, el cuál se estaba formando en América.  El joven franco-mexicano tuvo que esperar dos años para formar parte de la Legión Extranjera, que partía hacia Inglaterra para luego recuperar Francia entrando por Saint-Tropez.

Claro, tenía miedo. Pero su dominio del inglés y el francés no le provocaba temor para embarcarse en tan singular aventura.  Lo que no previó al llegar a la isla del Reino Unido con las tropas fue que desembarcaron en Escocia, un país en donde no precisamente se hablaba inglés… sino escocés.

¿Quién más para relatar lo que sucedió en los años siguientes? Durante cuatro años Marcel Ruff junto a sus compañeros en el Ejército de Liberación dispuso de mapa de tela, el libro de apuntes –en donde apuntaba todas las claves Morsé- y su promeso de devolverla a Francia su orgullo patrio.

Todo el tiempo Marcel y sus superiores tuvieron la constante disyuntiva: ¿cuál es nuestra prioridad? ¿Combustible, municiones o comida? “La comida” expresará nuestro lector que acomodado en su sillón justificará que nada es posible si las tropas no están alimentadas.  La prioridad, según Marcel no fue la comida sino el combustible, pues sin ese líquido motor no hubiera sido posible avanzar e incluso movilizarse para no ser blanco del enemigo. Recuerde que una tropa estancada es una tropa vulnerable. ¿Y la comida? Los franceses tenían la certeza que sus soldados y su pueblo sabrían compartir un pedazo de pan.

Estas anécdotas salieron a luz luego que sus objetos personales, documentos y periódicos de la época fueron expuestos en la Galería de Arte, de la Alianza Francesa.  Su certificado de asignación como teniente, firmado por el presidente Charles de Gaulle; las placas de identificación y diversas fotos captadas durante su alistamiento voluntario recordaba esa época pasada cuando las balas y los cascos nazis contaminaban París.

Esa París que en 1944 estuvo a punto de perder su Torre Eiffel, los Campos Elíseos y cuanto monumento fuera bombardeado a causa de la locura de un desahuciado Hitler, pero que sus subordinados con total inteligencia rechazaron tal orden y nunca la ejecutaron.

Esta semana me reuní con Marcel Ruff, un veterano de guerra, quien al término de la entrevista, luego de explicarme que donó todos estos documentos históricos al Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos – CEMCA- para compartirlas con las futuras generaciones, me confesó:
“Lo único que deseo es que no existan más guerras, así evitaríamos más muertes de jóvenes.  Jóvenes que podrían haber hecho más por su país trabajando que matando a sus vecinos.”






Tarea No.4 del Curso de Lenguaje.
Mayo 2012

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